Atina
La última vez que vi a los Ravenors, tenía diecisiete años. Aunque nunca me habían permitido asistir a ninguno de los famosos bailes de Esperida —las fiestas de cumpleaños de Romeo habían sido la única excepción—, de vez en cuando veía a las tres familias, breves momentos que a veces me quitaban el sueño y otras veces me atormentaban en sueños, fascinación y terror inseparables.
Los Ravenors, que estaban a cargo de los vampiros del Este, eran la familia más grande, con Espen y Collette en la cima de su pequeña pirámide.
Espen, el patriarca, era un hombre tranquilo y solemne, pero con la complexión de un dios, de piel morena, largas y brillantes trenzas y unos ojos negros siempre vigilantes. Invariablemente, se comportaba con un aire de autoridad y la expresión de alguien que no permitía que nadie lo cuestionara. Nadie, e