Romeo
A veces creía que había nacido amándola. Así como las personas nacen con corazón, yo nací con un amor inquebrantable por una chica que jamás me correspondería.
Culpé a mis años anteriores a Atina por esto, que no fueron más que un borrón de momentos descoloridos y serpenteantes. Una noche eterna, sagrada, sin sol e interminable.
Claro, la rareza de mi condición había logrado lo imposible. Podía caminar bajo el sol más brillante de la mañana, en el día más caluroso del verano. Podía ver las flores alzar sus rostros hacia el cielo y conservar el olor a hierba quemada en mis pulmones. Pero aún me gustaba pensar que solo experimenté la verdadera luz después de conocerla.
No había palabras suficientes para describir lo que era disfrutar de su eterna alegría. Me enseñó