Atina
Me reí de su gemido. Estaba empezando a comprender las tendencias asesinas del lugar. La maldición. La forma en que la maldición lo distorsionaba todo. No podía decirle que quienes intentaban matarnos solían ser mis mascotas. El pulpo del estanque se llamaba Ladrón porque lo había robado de una exhibición. Su angustia por estar cautivo resonaba a través del cristal. No podía dejarlo allí. Intenté liberarlo de nuevo en el océano, pero no me dejó. Colocarlo en el estanque de mi castillo parecía la mejor solución, pero la maldición lo había deformado, lo había convertido en un animal furioso que no recordaba haber sido yo quien lo salvó.
El laberinto había sido mi creación. Había plantado cada tejo con minuciosa precisión. Observé cómo las plantas de lento crecimiento formaban los setos a lo largo de los años. Las había cuidado como niños pequeños, y ahora también habían intentado matarme. Era la primera vez que lo hacían. No volvería a acercarme al laberinto.
En cuanto a mi dormit