La calma tensa se extendió por dos semanas, un respiro artificial que todos en la Clínica Mendoza sentían precario. Laura, fiel a su carácter necio, se negó a seguir internada. "No voy a regalarle esa satisfacción", insistió, y fue trasladada a la Mansión Mendoza, convertida ahora en una fortaleza bajo la atenta mirada de Elena y un discreto pero férreo dispositivo de seguridad. Fue Elena quien propuso la cena. "Necesitamos recordar quiénes somos más allá de esta guerra", dijo.
La noche en la mansión estaba cargada de una electricidad silenciosa. La larga mesa acogía a Marco, Valeria, Antonio, Álvaro Rojas y al Dr. David Vera, el patólogo conocido por todos, pero cuyo pasado como Daniel Vásquez solo conocían Marco, Valeria y Elena. Laura, desde un sillón cercano, observaba con su mirada clínica, siempre analítica.
La conversación, al principio titubeante, encontró su ritmo. Elena, con una copa de vino en la mano, dejó escapar un suspiro melancólico. "A veces pienso en los hijos que no