Desperté con la sensación de estar flotando, atrapada entre la pesadilla de la noche anterior y la realidad que se aferraba a mí con fuerza. El beso, ese beso, seguía ardiendo en mis labios como una marca indeleble, y no podía escapar de su sombra. Las imágenes de su rostro, su fuerza, su mirada intensa, me rondaban, y el aire en la habitación parecía pesar más que nunca. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me sentía tan dividida? Entre el miedo y el deseo, entre lo prohibido y lo inevitable.
Enrico seguía siendo esa presencia inquietante, una figura que me dominaba desde la distancia, pero en su silencio había algo nuevo. Algo que no sabía descifrar, pero que se palpaba en cada uno de sus movimientos, en sus miradas fugaces que evitaban encontrarse con las mías.