El Precio de la Paz
Isa Belmonte
La adrenalina se disipa, dejando a su paso un agotamiento que cala hasta los huesos. El apartamento seguro es ahora una escena del crimen, un testimonio mudo de la batalla que acabamos de librar. El olor a pólvora, sudor y el dulzón aroma del tranquilizante se mezclan en el aire viciado. El asesino yace en el suelo, maniatado e inconsciente, mientras Ana y dos de sus hombres más leales se preparan para transportarlo a un lugar donde pueda ser... interrogado.
Mario no se separa de mí. Su brazo rodea mis hombros con una firmeza que es a la vez un apoyo y una reafirmación de su presencia. Me guía fuera de la habitación de seguridad, evitando que mis ojos se posen demasiado tiempo en el hombre que quiso destruir nuestro mundo. En el pasillo, Luis sigue desplomado, un moretón feo en su sien donde alguien, probablemente Ana, lo noqueó para asegurarse de que no fuera una amenaza. Parece patético, insignificante. Ya no siento odio hacia él, solo una profunda l