Latidos en la Tormenta
Isa Belmonte
El tiempo en el hospital se convierte en una existencia suspendida, un limbo blanco y aséptico donde cada día es una victoria y cada noche una batalla silenciosa contra mi propio cuerpo. Las contracciones no cesan del todo, son como un enemigo sigiloso que acecha en la profundidad de mis músculos, recordándome la precariedad de esta tregua. Los corticosteroides hacen su trabajo, fortaleciendo los pulmones minúsculos de mis hijos, y cada inyección es un pinchazo de esperanza.
Mario ha convertido la suite en su cuartel general. Su laptop nunca se apaga, sus llamadas son susurradas pero implacables. Gobernaba su imperio desde mi cabecera, su mano encontrando siempre la mía entre sábana y sábana, un ancla en este mar de incertidumbre. Ana es nuestra centinela, una silueta familiar y tranquilizadora en la puerta, su mirada escrutando a cada enfermera, a cada médico, con una desconfianza profesional que me hace sentir increíblemente segura.
Pasamos los dí