Capítulo cuarenta y cuatro. El juego no termina.
El silencio en el penthouse era espeso como la niebla de una madrugada de invierno.
Kyan no había dicho una sola palabra desde que terminó la grabación. Nicole lo observaba desde el umbral de la cocina, con la espalda apoyada contra la pared, los brazos cruzados, y el corazón palpitando con inquietud. Él permanecía frente al ventanal del salón, inmóvil, como si pudiera encontrar respuestas entre los edificios dorados por la puesta del sol.
—¿Kyan? —susurró ella, apenas audible.
Él no respondió. Solo bajó la cabeza y se pasó una mano por el cuello, como si le costara respirar.
—Hay algo más, ¿verdad? —insistió Nicole, acercándose lentamente.
Kyan giró apenas el rostro. Sus ojos tenían un matiz extraño, como si se estuvieran descascarando recuerdos que llevaba años encerrando sin saberlo.
—Una vez... —empezó, con voz grave—. Cuando tenía diecisiete años, desaparecí de la escuela durante tres meses. Me dijeron que había tenido un colapso.