Capítulo treinta y cuatro. Y llegó el escándalo.
El sol no había salido del todo, pero en el penthouse de Kyan Byron no existía ya distinción entre el día y la noche. Las cortinas seguían cerradas, las luces artificiales bañaban las paredes con un tono cálido, casi ilusorio, y el aire olía a café, papeles impresos y tensión.
Kyan apenas había dormido. Iba de una llamada a otra, revisando documentos, borradores de comunicados y reportes de los abogados que intentaban contener el escándalo. Nicole había intentado ofrecerle ayuda, pero él estaba en modo operativo: implacable, enfocado, frío. Su furia no se manifestaba en gritos, sino en ese control absoluto que exigía precisión y resultados inmediatos.
—No quiero que ese comunicado suene defensivo —decía, mientras revisaba una nueva versión en su tablet—. No vamos a disculparnos por haber mantenido la privacidad de una niña. No vamos a admitir nada. Quiero que la narrativa sea clara: fuimos víctimas de una filtración maliciosa, y vamos a