En la región del sur, Gena estaba arrodillada entre la hierba, absorta arrancado malezas, cuando de pronto una voz masculina la sobresaltó:
—Hola, Gena —dijo Dionisio, apareciendo con discreción—. Necesito hablar con tu hermana. ¿Te importaría regresar a la mansión con tu mamá?
La joven se levantó de golpe, llevándose una mano al pecho. Con los ojos llenos de alarma, preguntó con voz quebrada.
—¿Le pasó algo a mi madre?
—No, tranquila —respondió él, alzando las manos—. Solo necesito quedarme a solas con Siena.
Gena lo miró con curiosidad, y de pronto todo cobró sentido en su mente: "Ah... por eso mi hermana huía de él". Una sonrisa cómplice se dibujó en sus labios.
—Cuide bien de ella, señor —dijo, juguetona—. Y dígale que volví con mamá.
Dionisio soltó una risa baja.
—Nada de señor —replicó, guiñándole un ojo—. Suena mejor que me llames Dionisio o cuñado.
—Cuñado, no la haga sufrir, recuerda que ahora tiene una familia que la defiende.
Dionisio esbozó una sonrisa fugaz, Luego señaló