Ajena a todo lo que sucedía con mi esposo, seguía durmiendo en la celda de la jefa en la prisión, mientras Ilán, con la mente aún nublada por el ayuno, comía los dulces que le proporcionaba su nana. Había bajado de peso; sin embargo, su cuerpo estaba sorprendentemente más firme que cuando tomaba sus medicinas y comía normalmente. Comenzó a teorizar sobre su condición. ¿Podría ser que su cuerpo estaba depurándose, no solo de alimentos, sino también de sustancias químicas? ¿O tal vez su determinación por salvarme había desencadenado un poder mental capaz de sobreponerse a su estado físico?
Cuando las enfermeras se retiraron, Ilán se aferró a la baranda de la cama y se puso de pie por sí solo, para asombro de Marina y Armando, que lo miraban desde la ventana. Un vigor desconocido fluía por sus venas sin que ninguno