23. LA MISIÓN DE LA NANA MARINA

Mientras tanto, en la prisión, yo continuaba mi rutina con una resignación que rozaba la gracia. Mis manos, ahora curtidas por el trabajo áspero, se movían con una eficiencia que sorprendía a las demás reclusas. Aquél día, agotada más allá de lo habitual, mi cuerpo había cedido al cansancio sobre una olla gigantesca que relucía gracias a mi empeño. No me percaté del sueño hasta que me encontré abrazando el metal frío como si fuera un refugio.

—Oye, Josefina —comentó una de las seguidoras de la jefa, observándome con curiosidad—, yo creo que esa chica realmente es quien dice ser. Ha limpiado esta prisión como alguien que está acostumbrado a trabajar duro. ¿Crees que es verdad lo que contó, que esa mujer desfachatada la engañó y le robó todo para pagar las deudas de juego de su hijo
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