Desperté sobresaltada al reconocer dónde estaba. La celda de la jefa era muy conocida entre las reclusas; la temida mujer me observaba en silencio desde una esquina. Con el corazón latiéndome con fuerza, me apresuré a arrodillarme.
—Perdón, no sé qué pasó, no volverá a suceder —balbuceé, aunque no tenía idea de por qué pedía perdón.La jefa se levantó lentamente, su figura imponente se recortaba contra la luz que se filtraba por las rejas altas.—No estás aquí para pedir perdón, estás aquí porque yo lo he decidido —dijo con voz fría y calculadora—. ¿En verdad te casaste con Ilán Makis para alejarlo de tu suegra?—Sí, él no es como su madre —contesté sin entender por qué me hacía esa pregunta. Mientras &ldq