Alzó la mirada, fijando en mí esos ojos que portaban una mezcla indecible de incredulidad y enojo. Era esa mirada de Ivory, siempre más intensa cuando los engranajes en su mente empezaban a girar a toda velocidad.
—¿Y qué sugieres? —inquirió al fin, su voz baja, casi un susurro que contenía una advertencia silenciosa. No necesitaba gritar para hacerse escuchar, porque sabía que su tono firme tenía el mismo efecto que un trueno en plena tormenta. Respiré profundo. Yo ya sabía que cualquier sugerencia que ofreciera sería recibida con recelo, especialmente cuando lo que estaba en juego era algo tan personal como su visión creativa. Pero no había margen para actuar con indulgencia. Era ahora o nunca.—Necesitamos adelantarnos —respondí, eligiendo cuidadosamente mis palabras—. Organizar el desfile antes de que ellas tengan oportunidad