La mansión Makis, de repente, parecía haberse tragado todos los sonidos. En un acto de valentía, decidí dejar atrás el refugio de mi habitación y aventurarme hasta la cocina. Allí, me esperaba la nana Marina, que no articuló palabra alguna, simplemente me observó con una mezcla de expectación y cautela, como si presintiera los acontecimientos de esa mañana. Cuando me acomodé en la mesa, Marina me sirvió el desayuno. Para sorpresa de ambos, comencé a comer todo lo que ella me presentaba, sin emitir la más mínima queja.
Era la primera vez que me sumergía en un silencio tan abrumador. Marina, aprovechando la oportunidad, me administró el medicamento que el doctor Herrera había recetado, acción que acepté sin rechistar.—Señora Amaya, ¿desea algo más? —preguntó Marina, su voz teñi