El aire en la oficina de Lee Jae-hyun seguía cargado, denso con las secuelas del enfrentamiento entre Ji-woo y Seo-yeon. A pesar de la victoria silenciosa de Ji-woo, una victoria pírrica que solo le había ganado la furia contenida de la prometida de su jefe, la jornada de trabajo se sintió más pesada que nunca. Jae-hyun había permanecido inusualmente callado durante el resto del día, sus interacciones con Ji-woo limitadas a monosílabos y asentimientos. Sus ojos, sin embargo, se posaban en ella más a menudo de lo habitual, una mirada fugaz pero intensa que parecía buscar algo, una señal, un rastro de la vulnerabilidad que había presenciado. Ji-woo, por su parte, se había envuelto en una coraza de profesionalidad, su rostro una máscara de calma inquebrantable, aunque por dentro, el eco de las palabras de Seo-yeon y el punzante aguijón de los celos la corroían. Cuando finalmente llegó la hora de irse, la Torre Haneul se sentía vacía y desolada. Ji-woo se despidió de los pocos colegas que