La oficina de Lee Jae-hyun, en la cúspide de la Torre Haneul, era un testimonio de su poder y su soledad. Las paredes de cristal ofrecían una vista panorámica de Seúl, un tapiz de luces centelleantes que se extendía hasta el horizonte, pero para Jae-hyun, esa noche, era solo un vasto y opresivo telón de fondo. Había pasado horas desentrañando la red de corrupción de su tío, analizando informes financieros hasta que los números bailaban ante sus ojos, y preparando la siguiente fase de su contraataque corporativo. Había ganado batallas, desmantelado alianzas, y consolidado su posición. El éxito, en el frío y calculador mundo de los chaebol, era suyo. Pero el silencio en la inmensa oficina era ensordecedor. El eco de sus propios pensamientos rebotaba en las superficies pulidas, amplificando el vacío que sentía en su pecho. El aroma a café recién hecho, que antes lo acompañaba en sus largas noches de trabajo, ahora parecía agrio, sin el toque de dulzura que solía añadir Ji-woo. Sus ojos s