La llamada de su padre fue fría y cortante, un contraste brutal con el tono servil que Choi Seo-yeon solía recibir. "Seo-yeon, necesito verte. Ahora. En la oficina." No hubo "cariño" o "hija", solo una orden seca que heló la sangre en sus venas. Algo andaba mal. Muy mal.
Cuando entró en la sala de juntas de su propio Grupo Choi, la atmósfera era tan gélida que casi podía ver el vapor de su aliento. Su padre estaba sentado a la cabecera de la mesa, el rostro pétreo. A su alrededor, los directores, que normalmente la saludaban con sonrisas obsequiosas, la miraban con una mezcla de desaprobación y una curiosidad casi morbosa.
"Siéntate, Seo-yeon", dijo su padre, su voz apenas un susurro cargado de decepción.
Seo-yeon se sentó, su corazón latiendo como un tambor. "Padre, ¿qué ocurre?"
Él no respondió de inmediato. En su lugar, el secretario encendió la pantalla de proyección. Lo que apareció fue una serie de documentos, registros de transferencias bancarias, capturas de pantalla de chats