El desayuno había terminado entre risas, jugo derramado en la bandeja por la torpeza de Luka, y bromas ligeras que hicieron que el aire se llenara de algo tan simple como vital: alegría. Cuando por fin Sol convenció a Luka de llevar los platos a la cocina, Kira se recostó contra las almohadas, con la respiración un poco más pausada, disfrutando de la calma.
Julian se quedó junto a ella, sentado en el borde de la cama. Tenía esa mirada que siempre lo traicionaba: mezcla de adoración y miedo, de gratitud y desvelo. Kira lo conocía bien; podía leer en sus ojos todo lo que no decía.
—Te estás quedando pensativo otra vez —dijo ella, con una sonrisa suave.
Julian entrelazó sus dedos con los de ella, apoyándolos sobre su vientre.
—Es que… no dejo de mirar todo esto y pensar que, después de tanto caos, de tanta oscuridad, tenemos algo que parece… real.
Kira ladeó la cabeza.
—¿Real?
—Sí —susurró él, acariciando el dorso de su mano con el pulgar—. Una familia. Un hogar. Tú, Luka, Sol, y este pe