El humo de los cigarros llenaba la habitación mientras Marcus se servía un vaso más de whisky. Vanessa, con una bata de seda suelta sobre el cuerpo, lo observaba desde el sofá. Habían discutido, se habían desgarrado en la cama, y sin embargo ahí estaban: dos fieras heridas lamiéndose las cicatrices con odio compartido.
Marcus bebió de un trago y dejó el vaso sobre la mesa de cristal con un golpe seco.
—Voy a tenerla —dijo, la voz ronca, como una promesa hecha al aire—. Esa maldita ucraniana va a ser mía. Julian no merece tener a una mujer como ella.
Vanessa arqueó una ceja, con una sonrisa torcida.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Robársela? ¿Secuestrarla? —su risa era fría, venenosa—. Eres patético, Marcus.
Él la fulminó con la mirada, pero no respondió de inmediato. Se limitó a encender otro cigarro y exhalar el humo con lentitud.
—No necesito tu aprobación. Solo voy a demostrarle que Julian es un pobre infeliz. Que no puede protegerla de mí.
Vanessa se inclinó hacia él, los ojos brillando c