El humo de cigarro impregnaba la suite en penumbras donde Marcus paseaba de un lado a otro, con un vaso de whisky en la mano. El amanecer apenas se filtraba por las cortinas, pero sus pensamientos estaban lejos de la calma que la ciudad parecía prometer.
Vanessa, en la cama, observaba cada paso con una mezcla de aburrimiento y malicia. Se había levantado tarde, envuelta en una bata de seda, pero no necesitaba palabras para leer el estado de Marcus: el ceño fruncido, el andar nervioso, el apretar de mandíbula. Era el mismo animal enjaulado de siempre, pero ahora con un nuevo olor en la piel: obsesión.
—¿Y qué piensas hacer? —preguntó ella al fin, con tono cansino.
Marcus se giró de golpe, como si hubiera estado esperando la pregunta.
—No se trata de pensar, Vanessa. Se trata de actuar. Kira ya salió del hospital. Lo confirmé anoche. Está de vuelta en casa. Y eso significa que Julian bajará la guardia.
Vanessa arqueó una ceja.
—¿Crees que con ella enferma, embarazada, y con Julian pegad