La calma del hotel se respiraba como un suspiro robado. Para Julian y Kira, cada minuto juntos, lejos del caos, parecía un regalo, aunque los relojes invisibles de la amenaza marcaran un compás implacable. La noche había sido de ternura, caricias cuidadosas y promesas que sellaban no solo su amor, sino la fragilidad de un futuro en el que un bebé estaba de camino. Pero esa calma era, en el fondo, una mentira a medias.
Julian lo sabía. Afuera, en la oscuridad de la ciudad, alguien acechaba. Y ese alguien tenía un nombre que ardía como veneno en sus pensamientos: Diego.
Mientras Kira dormía, abrazada a su brazo, Julian permanecía despierto, con la mirada fija en el techo. Sentía el peso de cada decisión sobre sus hombros. No era solo el heredero de los Blackthorne, ni el millonario que deb