El amanecer se filtraba con suavidad a través de las gruesas cortinas del hotel, dejando un rastro dorado en las paredes. La habitación olía a piel, a sábanas tibias, a esa mezcla única de descanso y amor compartido.
Kira despertó lentamente, como si emergiera de un sueño profundo en el que aún podía escuchar el eco de los latidos de su bebé en la ecografía. Parpadeó varias veces antes de darse cuenta de que estaba segura, cobijada en el pecho de Julian.
Él aún dormía, con un brazo rodeándola de manera posesiva, como si incluso inconsciente su cuerpo supiera que debía protegerla. El calor de su piel, la firmeza de su abrazo, le dieron a Kira una sensación extraña: ligera y al mismo tiempo indestructible.
Lo observó en silencio. Sus facciones relajadas, los labios entreabiertos, la respiración acompasada. Parecía tan joven así, tan humano. Le acarició el rostro con la yema de los dedos, delineando el ángulo de su mandíbula, deteniéndose en la cicatriz que recorría parte de su torso. Aq