Kira y Julian comenzaron, por fin, una vida en pareja real. Las sombras de los malentendidos se habían disipado, y aunque sabían que todavía había heridas abiertas y fantasmas merodeando, ambos estaban decididos a construir algo más fuerte, más luminoso. Luka, el pequeño hermano de Kira de diez años, había aceptado su relación con una naturalidad conmovedora. Fue él quien, una mañana, mientras desayunaban juntos, abrazó a Julian por la espalda y le preguntó con una sonrisa tímida:
—¿Ya no te vas a ir nunca más, cierto?
Julian, conmovido, le acarició la cabeza.
—No, pequeño. Me quedaré mientras ustedes quieran que esté aquí.
Luka lo abrazó con más fuerza, como si temiera que se desvaneciera, y luego gritó en voz alta:
&m