Julian despertó con el sol colándose entre las cortinas, cálido y tenue, como si incluso el clima supiera que no debía interrumpir la paz que había en esa habitación. Sus ojos parpadearon despacio, adaptándose a la luz. Lo primero que sintió fue el cuerpo tibio de Kira, enredada a él como si fueran piezas del mismo rompecabezas. Su cabeza descansaba sobre su pecho, justo donde las cicatrices más profundas recorrían su piel… y, aún así, ella no se alejaba. Todo lo contrario. Estaba ahí, abrazándolo con fuerza.
No se movió. No quiso. No podía.
Julian permaneció quieto, mirando el techo y luego el rostro sereno de Kira. Su respiración pausada, el leve sonido de su nariz al exhalar, su mano abierta sobre su abdomen. Era tan hermosa. Tan real. Tan suya.
Y por un momento… se permitió creer que era suficiente. Que podía quedarse ahí, con ella, y no necesitar nada más.
“¿Cómo es posible que no me rechaces…?” pensó, mientras acariciaba con la yema de los dedos su espalda desnuda. “¿Cómo es pos