Julian caminó con el cuello levantado por el viento, el abrigo empapado por la lluvia que aún amenazaba con volver. Había tomado esa decisión sin pensar demasiado: iría a verla una vez más. A la mujer con la que siempre había podido apagar sus demonios en silencio. Aquella que no preguntaba, que no exigía cariño, que no lo miraba más allá de lo evidente. Una transacción rápida, sin emociones, sin vínculos. Porque sabía que después del matrimonio, aunque fuera solo un contrato, no se permitiría volver a verla. Aunque Kira siguiera con Diego. Aunque se enamorara de otro. Julian no era un infiel. Y su compromiso, incluso fingido, era sagrado.
Entró al departamento donde ella lo esperaba. El mismo olor a perfume barato, la misma música baja de fondo, las luces tenues. Se desnudó de cintura para abajo, como siempre. Se sentó en el borde de la cama, pero algo no estaba bien. No sentía nada. Nada. Su cuerpo no reaccionaba, ni al tacto, ni a los movimientos hábiles de ella. Cerró los ojos. In