La mañana nació sin sobresaltos. En el patio interior, la fuente seguía hablando su idioma de agua, y la luz dorada del amanecer se filtraba por los celos arabescos, dibujando sobre la piedra sombras con forma de geometría viva. Kira sostenía a Damian en brazos, balanceándolo despacio, mientras Luka jugaba con un camello de madera que Ahmed le había regalado la noche anterior. Julian, con la camisa arremangada, ayudaba a preparar el té. Era una escena de quietud, de esas que parecen eternas hasta que el mundo decide recordarte que nada lo es.
Ahmed observaba desde el umbral, silencioso, con la expresión de un hombre que lleva demasiados años entendiendo que la paz siempre tiene fecha de caducidad.
—¿Dormiste bien? —preguntó Kira, notando en su mirada ese brillo distraído que no le gustaba.
—El sueño fue bueno —respondió Ahmed, sin decir si la madrugada también lo había sido—. Pero los hombres no descansan cuando el pasado se sienta a su mesa sin ser invitado.
Julian levantó la vista d