Kira cruzó los brazos frente a la puerta del departamento, bloqueando la entrada con su cuerpo. Diego, de brazos caídos y mirada cargada de deseo, chasqueó la lengua con fastidio.
—Vamos, Kira... no me hagas esto. Solo quiero entrar, estar contigo.
—¿Estar conmigo? —espetó ella, alzando una ceja—. ¿Después de lo que hiciste anoche? ¿Dejarme en la cárcel? ¿Crees que por correr a Julian ahora estoy feliz contigo?
Diego apretó la mandíbula.
—No es como si no te lo merecieras… te la pasaste coqueteando con ese idiota todo el día. Me humillaste.
—¡No lo hice! —respondió ella con rabia—. No pasó nada con Julian.
—Pero querías que pasara —replicó Diego, avanzando un paso más. Sus ojos se oscurecieron—. ¿O vas a negar que te gusta ese flacucho? ¿Que te mueres por él?
Kira bajó la mirada un segundo. Pero fue solo eso, un segundo.
—Eso no te da derecho a usarme, a dejarme encerrada.
Diego se rió, seco. Luego, como si lanzara una carta ganadora, susurró:
—¿Y la medicina de Luka? Porque con lo qu