Mundo ficciónIniciar sesiónMartha recogió el bolso. Pasó la mano por la solapa del saco del hijo mayor como si lo desarrugara invisible. No lo miró. Al llegar junto a Julian, lo sostuvo una fracción de segundo en la mirada.
—Tu voz —dijo—. Úsala para dirigir, no para pedir permiso. Eso te salvará.
Se fue. No hubo portazos. La puerta cerró con un susurro. Hernán la escoltó hasta el ascensor privado. Nadie en recepción la vio salir. Nadie en la calle la vio subir a un coche. Nadie en cámaras pudo trazar la ruta. La ciudad se tragó su sombra con ese apetito antiguo que tiene por las mujeres que mandan sin cambiar de peinado.
William apoyó las dos manos en la mesa y envejeció cinco años en un gesto. Marta colocó las







