Mundo ficciónIniciar sesiónLa primera alarma no fue un correo ni un titular. Fue el silencio de William cuando terminó de escuchar el último audio.
Estaba solo en su despacho de la planta 58, donde las ventanas hacían del Hudson un espejo acerado. Sobre el escritorio, un viejo grabador digital, tres carpetas con separadores de colores, un vaso de agua tibia. En el aire, ese olor a madera encerada que siempre sobrevive a los incendios financieros. William le dio play por tercera vez. La voz era inconfundible: Martha. Fría, exacta.
—La transferencia debe entrar bajo el paraguas de Aurora. No dejen rastro en la cuenta general. Si hay auditoría, el ruido se lo comen los nietos. Y recuerden: el apellido no paga culpa. Paga estructura.
El archivo se cortaba ahí. No había amenazas, ni gritos, ni nombr







