Kira apartó la mirada. Su respiración era un poco más rápida de lo normal, como si esa simple pregunta hubiese abierto una puerta que no quería cruzar.
—No es asunto tuyo —espetó, más a la defensiva de lo que quiso sonar.
Julian se arrepintió al instante. Se pasó una mano por la nuca, incómodo.
—Tienes razón. Perdón. Fue una indiscreción.
Kira suspiró, sentándose en la orilla de su cama. El silencio volvió, pero esta vez no era tenso, solo denso. Julian no se movió.
—Solo... —continuó él, más suave—. No quise incomodarte. Solo me pareces una mujer increíble. Eres guapa, divertida, te preocupas por tu hermano como una leona... Y, bueno, insultas como un camionero —sonrió, refiriéndose a la noche anterior.
Kira no pudo evitar reír, bajando un poco la guardia.
—Eso sí. Me sale natural.
—Lo noté —dijo Julian, sonriendo.
El ambiente cambió. Algo se suavizó entre ellos. Entonces Kira bajó la mirada y habló, sin mirarlo.
—Soy ilegal.
Julian frunció el ceño, sin comprender al principio.
—¿Ilegal?
—No tengo papeles. Entré al país hace tres años, con Luka. Huyendo. De la guerra, del hambre, de la nada.
Julian se sentó a su lado, sin emitir juicio.
—¿Y Diego…?
—Lo conocí hace dos años. Me ayudó a conseguir las medicinas de Luka en el mercado negro. Tiene contactos. Él… él me prometió ayudarme con los papeles. Y lo ha hecho. En su manera. —Kira sonrió con tristeza—. Así que por eso sigo. No porque me guste. No porque me haga feliz.
Julian asintió lentamente. No dijo nada. No necesitaba. Porque en ese momento, entendió que lo que lo unía a ella no era solo atracción, sino respeto.
Y también un deseo silencioso de protegerla del mundo. Incluso si aún no sabía cómo.
Julian bajó la vista por un momento, como si necesitara absorber toda la información en silencio. Su pecho se apretaba, no por lástima, sino por la injusticia de todo. Por lo que esa mujer había tenido que soportar y aún así conservaba fuego en la mirada.
—¿Diego alguna vez te ha…? —empezó, pero se detuvo, como si tuviera miedo de romper algo. Luego lo dijo—. ¿Te ha lastimado? Físicamente, quiero decir.
Kira negó sin pensarlo dos veces.
—No. Nunca ha levantado la mano. No así. Pero a veces... no necesitas golpes para sentirte rota —murmuró, mirando al frente, sin enfocar nada.
Julian sintió que el corazón se le descolocaba. No sabía qué decir. Solo se limitó a observarla, y por primera vez, la sintió completamente desnuda. No físicamente, sino en esa forma cruda y humana que lo desarmó.
Ella lo miró entonces. Y en esos ojos claros como hielo derretido vio una extraña mezcla: esperanza, fortaleza… y ternura. Como si la vida no hubiera podido destruir del todo lo que ella era.
Y Kira, al encontrarse con su mirada, vio algo completamente opuesto. Sinceridad… y miedo. No hacia ella, sino hacia el mundo, hacia lo que podía pasar. Miedo de entregarse, de confiar. Y por alguna razón, esa mezcla hizo que dentro de ella naciera una necesidad: la de protegerlo.
—¿Por qué me miras así? —preguntó ella en voz baja.
Julian sonrió. No con burla, sino con esa sonrisa suave, que nace desde adentro. Y como si el momento lo poseyera, sus labios se movieron antes que su razón:
—Eres mi pequeña Lunaria.
—¿Lunaria? —repitió, arqueando una ceja.
—Es una flor plateada. Florece en la oscuridad, se abre en las noches más frías... y sobrevive donde ninguna otra puede. Me recuerda a ti.
Kira parpadeó. Su respiración se detuvo un segundo. Nadie, jamás, le había dicho algo tan extraño... y tan hermoso.
—Estás loco —murmuró.
—Un poco —admitió Julian, con una sonrisa—. Pero al menos ya tengo mi propia teoría botánica.
Y por primera vez, el silencio que los envolvía no fue tenso ni incómodo… sino cálido. Como si entre los dos, en esa habitación modesta, sin lujo alguno, se hubiera abierto una grieta en el mundo... una donde podían ser, aunque fuera por un momento, solo Julian y Kira.
Ella bajó la mirada otra vez, tragando saliva, como si aún no supiera si confiar o no. Entonces lo miró directamente a los ojos.
—¿Por qué eres bueno conmigo, Julian? ¿Es por lástima? ¿O es una apuesta de ricos? —La acusación salió tan de golpe que ni ella supo de dónde venía.
La expresión de Julian cambió de inmediato. Su rostro se tensó, y su mirada se volvió fría, casi distante.
—No es una apuesta de ricos. Ni mucho menos lástima —su tono era bajo, controlado—. Y no soy tan rico como crees.
Pero no dio más razones. No le explicó que ella lo había salvado la noche que pensaba volarse la cabeza. No le dijo que había sido su luz en medio de una tormenta sin final. No dijo nada. Solo se levantó.
—Si Diego alguna vez se atreve a hacerte algo, o si necesitas ayuda... llámame. Por favor.
Ella asintió lentamente, con la garganta cerrada.
Salieron del cuarto. En la pequeña sala, todos estaban jugando un videojuego de peleas en el televisor viejo. Luka reía mientras Sol lo animaba, y Leo peleaba con fingida frustración contra Zoey. Julian se quedó observando.
Y sonrió. Eso era lo que amaba de ellos: que no juzgaban. Que no miraban con desprecio un hogar sencillo. Marcus y sus amigos ya estarían haciendo menos el lugar. Pero ellos no. Ellos estaban cómodos. Como si ese pedazo de mundo también les perteneciera.
Y Julian miró a Kira de reojo.
Lunaria, pensó de nuevo. La flor que florece en la oscuridad.