Kira llevaba dos noches sin dormir bien. No porque algo específico la mantuviera despierta, sino porque el silencio de Julian se le había metido bajo la piel como un veneno lento. Desde hacía días, él estaba distinto. No distante, no frío… simplemente ausente. Se despertaba antes que ella, hablaba menos, respondía con palabras suaves pero vacías, y aunque todavía la abrazaba, sus manos se sentían más mecánicas que vivas. Ya no le preguntaba cómo iba su cuadro, no se quedaba mirándola pintar, no hacía comentarios sobre el color que usaba ni sobre los trazos que tanto le gustaban. Todo en él era una rutina pulida, impecable, pero ajena. Como si estuviera cumpliendo con una coreografía que ya no sentía.
Al principio lo dejó pasar. Se dijo que debía estar cansado, que quizás el trabajo lo tenía saturado o que había algo en la empresa que no le quería contar aún. Pero con cada día que pasaba, el nudo e