Son las dos de la mañana y la lluvia en Regio de Calabria no se atenúa. La habitación del viejo y destartalado hotel está en penumbra. Solo la luz azulada de un letrero de neón entra por la ventana, parpadeando sobre las paredes desnudas. Fuera, la lluvia golpea sin pausa contra los cristales.
Caterina se levanta del borde de la cama de la habitación que le asignaron después de vagar por las calles del paseo marítimo y entrar a una pequeña tienda en la que se compró dos botellas de vino barato.
Aún lleva el fino vestido de verano puesto, está empapada y, a pesar de que empieza a sentir frío y la ropa mojada empieza a incomodarla, se siente tan cansada y desilusionada de todo, que la tiene sin cuidado si llega a enfermarse. El agua ha pegado el vestido contra su cuerpo y ha empapado su cabello, pero eso tampoco es algo que la inquiete. Las gotas resbalan por su rostro, confundidas con lágrimas, que ya no se molesta en limpiar.
— Eres una idiota. Una completa idiota. — Habla consigo misma en voz baja y con los dientes apretados.
La lluvia continúa golpeando los ventanales con una cadencia pesada y, a pesar de la humedad, empieza a sentir calor, como si el aire se hubiera espesado.
Se lleva la botella de vino barato a la boca y se vuelve a mirar de manera despectiva su habitación, burlándose de sí misma. A su lado, su maleta está abierta, como la dejó en un estúpido intento de buscar algo de ropa para cambiarse, pero no pudo continuar al ver la vieja camisa de Matteo, que siempre utilizaba para dormir cuando él se encontraba en uno de sus dichosos viajes de negocios.
— ¡Qué idiota! —grita llena de furia.
Por un segundo piensa en estrellar la botella de vino contra la ventana, pero se arrepiente en el último momento. No puede darse el lujo de desperdiciar el alcohol, no cuando lo necesita para olvidar la imagen del imbécil de su novio enredado entre las piernas de tres rubias flacas con tetas grandes.
Observa su ropa arrugada y desordenada dentro y fuera de la maleta, su pasaporte canadiense, y una guía turística de Calabria abierta en la página de Tropea. ¡Es que no podía ser más patética!
Toma el pasaporte y lo mete en su bandolera, no sabe por qué lo ha hecho, pero no tiene tiempo de meditar sobre eso ahora. Grita llena de frustración al observar una foto de ella y Matteo sonriendo, tomada en otro tiempo, en otro mundo, en otra dimensión: la dimensión de las idiotas.
Llena de furia, se acerca a la maleta y de un solo movimiento tira todo lo que encuentra a su paso por la habitación, toma la foto, la arruga en sus manos y luego la rompe en mil pedazos.
— ¡Estúpida! — continúa gritando mientras siente su cuerpo y sus manos temblar, ya no sabe si por la rabia contenida o por el frío. — ¿Quién viaja miles de kilómetros para sorprender a su novio, que claramente no quiere tener nada en serio? Es que ni siquiera en tres años se le ocurrió invitarme a viajar con él y mucho menos a que compartiéramos nuestras vidas — se ríe, se siente rota, burlada, cansada — ¡Brillante, Caterina! ¡Bravo!
Se detiene con brusquedad y empieza a aplaudir mientras su risa se confunde con sus lágrimas. Enseguida, y sintiéndose algo frenética y descontrolada, camina por la habitación como un animal enjaulado. Pasa junto al espejo y se detiene al ver su reflejo pálido, ojeroso, todo una parodia de mujer.
— No voy a permitir que me arrastre detrás de él — de improvisto, la imagen del hombre alto y de cabello oscuro con el que se chocó en la tarde se instala en su mente y siente un escalofrío recorrer todo su cuerpo — Maldito enano, vas a pagarme por todo lo que estoy pasando.
Se lleva la botella a la boca y toma un largo trago, observando el fuego de su mirada en el espejo.
Su teléfono vibra y un poco perdida, lo busca por toda la habitación, hasta que al final lo encuentra sobre la cama, tiene un mensaje del enano.
"Vida mía, llevo varias horas intentando localizarte, no hagas que me inquiete por ti, no es lo que piensas, tenemos que hablar"
— Por supuesto, enano. ¡Increíble! Solo se le ha ocurrido escribirme más de doce horas después de que lo he pillado con las flacas con tetas, al parecer le ha costado mucho desprenderse de ellas, mientras que yo me he pasado el día deambulando de un lado para otro en una ciudad que no conozco. — Caterina, que siempre ha luchado por controlar sus reacciones impulsivas, se da por vencida y explota su teléfono contra el espejo y observa con satisfacción los trozos de vidrio caer sobre el piso, a su lado — Vas a ver cómo vamos a hablar.
Sin cambiarse de ropa y sin reflexionar en la hora o en el peligro que representa salir a las dos de la mañana, recupera su teléfono, hace un gesto al ver una grieta en la pantalla, toma su bandolera y sale de la habitación.
— Observa cómo voy a enredarte entre mis piernas, Enano, así como te enredaron tus tres chicas plásticas — murmura con los dientes apretados mientras se dirige al apartamento de Matteo.
Fuera, el viento agita las ramas y, a pesar de que la oscuridad, las calles solas y la lluvia pueden inquietarla un poco, la rabia y la impotencia que siente son más fuertes, el enano va a escucharla, así tenga que sacarlo de entre las piernas de otras tres rubias plastificadas.
En el interior de un apartamento moderno, casi minimalista y con las persianas a medio cerrar, se encuentra Matteo, con treinta y cuatro años, tiene el cuerpo grueso, bastante musculoso, es rubio, con ojos azules y cejas pobladas. Está de pie junto a la ventana, tenso, con un vaso de oscuro licor en sus manos.
En la mesa hay varios documentos esparcidos, un teléfono de vieja tecnología con varias tarjetas SIM extraídas, y una caja metálica pequeña con llave.
Enzo, un hombre de unos cuarenta años, con el rostro marcado por la experiencia y la calle, lo observa nervioso, lleva un abrigo espeso y oscuro a pesar de que el verano todavía no ha terminado y fuma sin permiso y sin control, dejando las cenizas en un cenicero que se encuentra en el borde de una mesa baja.
— Esto no puede seguir así, Matteo. El jefe anda inquieto, se ha desquitado con Giovanni, es algo incomprensible. ¿Conoces al viejo Romano? Es más transparente que el agua cristalina. — La espalda de Matteo se tensa y cierra su mano contra el vaso de licor.
Por supuesto que Giovanni tiene mucho que esconder, pero a él no le conviene que Rocco descubra sus secretos, porque entonces no podrá tenerlo bajo su control y Caterina entrará en el radar de los Mancini, lo que debe impedir a toda cosa.