Capítulo dos: El encuentro I

Rocco, distraído solo por una fracción de segundo al escuchar el tono de llamada de su teléfono, gira para evitar un grupo de ciclistas que aparece por la izquierda y choca de frente contra ella.

El impacto es seco y desproporcionado. Caterina no solo cae al suelo, sino que  su maleta se abre, desparramando ropa interior, un cuaderno de notas, un libro de biología marina… y un frasco de arena en miniatura que rueda hasta los pies de Rocco que se detiene en seco y se quita los auriculares.

— ¡Mierda! ¿Estás bien?

Rocco observa un enredo de cabello negro que contrasta con una piel pálida y pecosa vestida con un ligero vestido de verano estampado en un fondo anaranjado.

Caterina, acomodándose el cabello con un gesto brusco, lo mira desde el suelo con el ceño fruncido.

— ¿¡Parezco bien!? ¿Acostumbras a atropellar mujeres u hoy solo estás practicando?

Luciano la observa. Hay algo en su tono de voz, un acento de Montreal con tintes italianos, desgastado por la emoción, que le llama la atención y le recuerda a sus sobrinas.

Esboza una sonrisa por el recuerdo y no responde enseguida. Se agacha, recoge el frasco de arena y lo sostiene con cuidado.

— Y encima se ríe — Escucha que la chica murmura, pero la ignora.

— Esto casi se rompe. Es de algún lugar especial, ¿no?

Caterina, levantándose y limpiándose las rodillas, se cruza de brazos y lo mira con furia.

— Es de una playa que ya no existe. Como mi relación. Como mi paciencia. Gracias por tu ayuda  — espeta la chica de manera irónica cuando Rocco extiende la mano para ayudarla a levantarse, pero ella ya está de pie, algo que él no había notado al estar concentrado en el frasco de arena.

Sus miradas se cruzan por un segundo más de lo normal y Caterina se fija en el alto y musculoso hombre que ha tenido bien mandarla al suelo, debe rozar los treinta años, su barbilla cuadrada y su sombra de barba de dos días,  su cabello oscuro y sus ojos grises como el color del océano en medio de una tormenta, la obligan a tragar con fuerza y fruncir de nuevo el ceño.

Rocco por su parte, observa con detalle la cara de la chica, ahora libre de los gruesos mechones de su cabello; es joven, pero no adolescente, tal vez tenga veinticinco años,  es muy atractiva, con unos profundos ojos oscuros y unos labios llenos y húmedos. Es más alta de la media, aunque no logre estar a la altura de su metro con noventa y seis centímetros y no es muy delgada, o por lo menos no como las mujeres con las que acostumbra reunirse cuando se encuentra muy frustrado,  tiene las curvas necesarias para perderse en ella, tanto, que podría llegar a ser peligrosa.

Rocco en un acto reflejo, baja la voz, meditando sobre lo que la mujer acaba de decir. 

— No elegimos cómo empieza el día, pero sí cómo termina.

— Pues este empezó como una m****a. Espero que no termine igual, aunque si me dejo guiar por lo que acaba de pasar, no estoy segura de ello.

— Entonces elige bien. — Le dice él sin dejar de mirarla.

Caterina parpadea, sorprendida por la respuesta. No sabe que acaba de escuchar la esencia del hombre frente a ella, su filosofía. Lo que sí sabe, es que acaba de elegir la emoción que predomina en medio de su coctel de sentimientos y emociones que la embargan y esa emoción es la furia, porque el gran idiota presente frente a ella, se atreve a juzgarla y darle consejos después de ir distraído y hacerla caer al suelo.

— Elige bien tú y fíjate por donde caminas, no vayas empujando a la gente y tirándola al suelo, aunque mirándote, no me cabe duda de que esa debe ser tu típica manera de actuar.

Rocco se queda mirándola con fijeza, mientras ella termina su explosión de palabras insultantes y descubre que, de alguna forma, la mujer ha dado en el clavo, aunque él nunca ataca sin permitir que las personas elijan. No le gustan las injusticias.

— ¿Necesitas ayuda con eso? —  En lugar de responder a la diatriba de la mujer, señala la maleta abierta.

Las mejillas de Caterina se calientan, sobre todo al darse cuenta de que la mirada  del hombre se concentra en un juego de tanga y un corcel blanco, lleno de encajes y cintas que compró expresamente para utilizarlo la noche de su llegada a Italia con el enano maldito.

Caterina se repone con rapidez y prefiere atacar, respondiendo de manera sarcástica.

— Solo si me ayudas a meter todo esto y, ya que estamos, a olvidar las últimas veinticuatro horas.

De inmediato, la chica se arrepiente de lo que acaba de decir. Podría parecer una mujer desesperada y que se le está insinuando sin ninguna vergüenza, porque, por supuesto, por nada del mundo, está haciendo eso.

Luciano suelta una media sonrisa. No podría ayudarla a olvidar aunque quisiera, pero sí la ayuda a guardarlo todo.

Su mirada se detiene durante un segundo en su garganta, lugar donde la chica traga con fuerza y el movimiento hace que se la imagine en otra situación en medio del paseo marítimo. Sacude la cabeza, se reprende internamente y sigue recogiendo en silencio. Rápido. Preciso. Como alguien que sabe cuándo hablar y cuándo simplemente estar.

Cuando terminan, sus manos se tocan y Rocco siente una descarga eléctrica que lo sorprende por un segundo. Asiente y se aparta.

— Que tengas un mejor día, signorina.

— Ya sería un milagro. — responde ella, tocando con suavidad el lugar donde sus manos se rozaron y observando su musculoso cuerpo.

Él se aleja trotando, sin mirar atrás, intentando poner en orden sus trastocados pensamientos. Ella lo observa por un buen momento, hasta que un grupo de hombres vestidos de forma extraña para estar trotando pasan por su lado y de inmediato cae en cuenta de algo. Ni siquiera se dijeron sus nombres.

Se inclina al observar un objeto en el suelo y descubre uno de los auriculares del hombre, que por fortuna no fue destruido por la avalancha de hombres; lo mira con curiosidad y por un momento se siente mal por él y porque lo haya perdido, puesto que está segura de que no volverá a verlo, a menos que tenga como rutina correr todos los días por estos parajes.

¿Sería muy extraño si lo esperase al día siguiente y le entregara el audífono? Se pregunta, pero luego es consciente de la hora en la que el hombre corre y de que ella se encuentra sin un lugar donde dormir y muerta del sueño. Así que, seguro, no volverán a encontrarse.

Pero el destino ya los tiene escritos, y el encuentro que parece un accidente… es solo el inicio.

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