Caterina, aturdida por lo que acaba de suceder en el piso de abajo del edificio, se mueve como un autómata, las luces estroboscópicas de la discoteca se mezclan con una neblina baja de humo artificial que empieza a angustiarla; el ritmo de la música electrónica elegante, pero potente hace vibrar el suelo de mármol oscuro.
Su mirada se centra en las mujeres vestidas con ropa de diseñador, el maquillaje, el brillo y las joyas; los hombres con relojes que valen más que un coche, y conversaciones que se desvanecen tras tragos de whisky añejo y risas tensas. Caterina observa con intriga mientras siente la fuerza de la mano de Rocco que se entrelaza con la suya.
Él no la ha mirado, ni le ha dirigido la palabra desde que extrajo sus dedos de su interior y los llevó hasta su boca. De solo recordarlo, su cuerpo se estremece. Sus manos le sudan y el calor empieza a sofocarla. Se siente como un pez fuera del ag