La noche había caído sobre el Castillo de las Sombras, y en las cámaras asignadas a Lady Aveline y Lyanna reinaba un silencio sereno, interrumpido solo por el crujir lejano de las antorchas en los pasillos. Allí, Risa había insistido en acompañarlas durante su primera noche. Quería que ambas se sintieran acogidas, no como extranjeras en un lugar colmado de misterio.
Lyanna, con los ojos brillantes por la emoción del reencuentro, se acurrucaba junto a Risa como lo había hecho en su niñez. Lady Aveline, más reservada, las observaba con una leve sonrisa, consciente de que pronto tendría un papel crucial en la formación de la joven prometida del rey.
—Nunca pensé que volvería a verte —susurró Lyanna, aferrándose a la mano de Risa—. Tenía miedo de que este castillo te hubiera cambiado demasiado.
—He cambiado, sí —respondió Risa con suavidad—, pero no en lo que importa. Sigues siendo mi amiga, y siempre lo serás.
Lady Aveline se acercó entonces y, con la calma de una maestra, añadió:
—El de