El carruaje atravesó los altos portones de hierro forjado del Castillo de las Sombras. El eco de los cascos resonó en el patio principal, donde guardias con armaduras negras aguardaban con severidad solemne. Dorian descendió primero, asegurando el terreno con la precisión de un soldado veterano. Luego tendió la mano a Lady Aveline y a Lyanna para que bajaran.
Lyanna apretaba su vestido con nerviosismo, sus ojos recorriendo con asombro la inmensidad de los muros oscuros. Lady Aveline, en cambio, mantenía el porte digno y sereno que siempre la caracterizaba.
Y entonces, en lo alto de las escaleras, apareció Risa.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocer a Lyanna. Apenas la vio, corrió hacia ella sin importar protocolo alguno.
—¡Lyanna! —exclamó, envolviendo a su amiga en un abrazo desesperado, como si temiera que fuera a desvanecerse de nuevo.
—Risa… —respondió Lyanna con voz temblorosa, aferrándose con la misma fuerza—. Pensé que nunca volvería a verte.
Ambas lloraron sin contener