Noctara respiraba con dificultad, como si cada aliento le costara arrancarlo de una prisión invisible. Thallia la sostenía del rostro, temblando, sin saber si debía moverla o no.
El Rey hablaba con una gravedad que no había usado jamás:
—Thallia. No toques la marca. No la presiones. No la intentes limpiar. Si la marcas con tu mana o con tu miedo, él podrá verla.
Thallia retiró la mano al instante.
La sombra que cubría el costado del cuerpo de Noctara parecía moverse. No era una mancha.
Era un ser vivo adherido.
Noctara abrió los ojos del todo y, aunque dolorida, empujó débilmente a Thallia.
—Estoy bien… —murmuró, mintiendo descaradamente.
—No lo estás —susurró Thallia, con voz quebrada.
El túnel detrás de ellas expulsó un bufido de oscuridad. La entrada vibró, como si el Verdugo respirara contra ella desde dentro.
Tenían segundos antes de que la sombra encontrara otra vía.
—Debemos alejarnos, dijo el Rey con dureza. Ahora. Ya. Antes de que él salga y rastree el ancla en Noctara.
Nocta