El carruaje avanzaba con paso firme, sus ruedas resonando contra el empedrado del camino que conducía a la capital de Umbraeth. A través de la ventanilla, Lyanna no apartaba la vista del horizonte. Poco a poco, envuelta en una neblina oscura que parecía surgir de la misma tierra, se erguía una silueta colosal. Al principio creyó que se trataba de montañas, pero al agudizar la vista comprendió que eran torres, altas y afiladas, unidas por murallas de piedra negra que parecían desafiar al cielo.
—Qué… hermoso —susurró, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
Lady Aveline, que hasta entonces había permanecido con un libro abierto sobre su regazo, alzó los ojos y sonrió con dulzura.
—Imponente, ¿verdad? —dijo, cerrando con suavidad el tomo—. Ese es el Castillo de las Sombras, la fortaleza donde gobierna Su Majestad Rhaziel Lucerys Dornathar Celyndra.
Lyanna tragó saliva, sus dedos jugueteando con el borde de su falda.
—Se siente… como si nos observara —murmuró.
Frente a ellas, en el