El estruendo de los cascos retumbaba contra el suelo empedrado, resonando como un presagio oscuro que se extendía por todo el reino. Los guardias de la entrada de la Academia de Señoritas de Veyra apenas tuvieron tiempo de organizarse cuando una escolta de jinetes apareció entre la bruma matinal. En el centro de aquella formación avanzaba un corcel negro, y sobre él, la imponente figura del rey Rhaziel D’Argonne.
El aire mismo parecía enrarecerse a su paso. Las aves guardaron silencio y las muchachas que espiaban tras las ventanas se apartaron de inmediato, aterradas por aquella presencia. Nadie se atrevía a mirarlo directamente; había un poder en él que aplastaba voluntades.
—¡Abran las puertas! —ordenó uno de sus generales.
La madera crujió y el portón cedió. Dentro, Lady Aveline ya había reunido a todas las alumnas en el salón principal. Con paso firme y mirada severa, ordenaba que se alinearan en filas rectas. El murmullo nervioso de las estudiantes llenaba el ambiente, hasta que