El amanecer llegó con un silencio extraño, como si el mundo entero aguardara expectante. El cielo estaba teñido de tonos rojizos y dorados, y un aire cargado de presagio atravesaba los muros del Castillo de las Sombras.
Rhaziel no había dormido. Había permanecido toda la noche en vela, caminando por sus aposentos, enfrentando el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. La voz de su lobo interior rugía en su mente, exigiendo reclamar lo que le pertenecía por derecho: a su pareja, a su reina, a su alma gemela. Y por primera vez, Rhaziel no luchó contra él.
Al abrirse las puertas de su habitación, Risa apareció. Llevaba un vestido blanco sencillo, de tela suave, que caía como un río sobre su cuerpo esbelto. Su cabello, suelto, brillaba con reflejos dorados y oscuros al mismo tiempo, un símbolo perfecto de su dualidad: loba y vampiro. Al verla, Rhaziel sintió cómo todo su ser se agitaba, como si la luna misma la reclamara.
—Hoy no habrá vuelta atrás —dijo ella con voz firme, aunqu