El amanecer iluminaba las torres del Castillo de las Sombras con una claridad fría, como si el sol mismo dudara en posarse sobre aquellas piedras cargadas de rumores. Lo ocurrido en el consejo había calado profundo: la mirada asesina de Rhaziel, la voz firme de Risa pidiendo contención, y la promesa solemne arrancada de los labios del rey.
Los nobles permanecían inquietos. En sus salones privados cuchicheaban, temerosos y ofendidos a la vez. Que una joven híbrida dictara la mesura del monarca era algo que hería su orgullo ancestral. Lord Varyn, el más altivo de ellos, bebía vino con furia contenida.
—Nos ha convertido en espectáculo —gruñó a un par de aliados—. ¿Qué queda de nuestra dignidad si aceptamos que una mujer, ni siquiera de sangre pura, gobierne nuestros pasos?
Kael escuchaba a la distancia, oculto tras una columna, como era su costumbre. No necesitaba órdenes para vigilar, y sabía que cada palabra que recogiera podía salvar vidas. Sus ojos acerados se cruzaron un instante c