El salón del consejo estaba iluminado por candelabros de plata ennegrecida. Las sombras se extendían en cada esquina, como si aguardaran expectantes lo que allí se decidiría. Los nobles ocupaban sus lugares con rigidez, vestidos con túnicas pesadas y adornos que proclamaban su linaje. Pero detrás de toda esa pompa se respiraba miedo y resentimiento.
Rhaziel entró acompañado de Risa, con Kael y Dorian siguiéndolos de cerca. El simple hecho de que ella caminara a su lado provocó un murmullo de descontento que recorrió la sala como un viento helado.
—Majestad —dijo Lord Varyn, poniéndose en pie con un gesto exagerado de respeto—. Nos preocupa lo sucedido en la última reunión. El consejo siempre ha seguido la voluntad del rey, pero lo de ayer fue… diferente.
—¿Diferente? —replicó Rhaziel, su voz grave resonando en las paredes de piedra.
—Permitidme hablar con franqueza —continuó Varyn, clavando la mirada en Risa—. Este reino no se construyó escuchando la voz de una mujer. Menos aún la de