Desde el primer momento en que la vi, supe que Valentina Morelli tenía fuego en la sangre.
Pero lo que veo ahora es otra cosa.
No es solo rebeldía.
No es solo un intento desesperado por sobrevivir.
Es algo más oscuro.
Es hambre de venganza.
Lleva días entrenando con Ferrara y su gente. Su cuerpo, antes acostumbrado al lujo y la comodidad, ahora está cubierto de moretones y cortes. Sus manos, que antes estaban acostumbradas a sostener copas de vino caro y joyas finas, ahora aprenden a sujetar armas con precisión.
Y lo peor de todo es que lo está disfrutando.
No lo dice en voz alta.
No necesita hacerlo.
Lo veo en sus ojos cuando apunta con una pistola y acierta en el blanco.
Lo noto en la forma en que aprieta la mandíbula cada vez que alguien menciona a Matteo Ricci.
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