VALENTINA
El sonido de mis propios latidos retumba en mis oídos. Todo lo demás se ha vuelto un murmullo lejano, insignificante. El almacén sigue envuelto en caos, pero para mí solo existe este instante.
Matteo Ricci está frente a mí. Ensangrentado, con la respiración entrecortada y la mirada llena de furia. Pero sigue en pie. Sigue respirando.
Y eso es algo que no puedo permitir.
Su mano aferrada al arma tiembla, pero su sonrisa arrogante sigue ahí, como si todavía tuviera el control. Como si pudiera seguir jugando conmigo.
—Mírate, princesa —escupe con burla, su voz entrecortada por el dolor—. Ensangrentada, con las manos sucias… ¿Te gusta lo que ves en el espejo?
No respondo. No parpadeo.
—Siempre supe que tenías fuego dentr