VALENTINA
La cabaña en la que nos refugiábamos olía a madera húmeda y a ceniza vieja. Dante había encendido un pequeño fuego en la chimenea para combatir el frío, pero aún así, el ambiente se sentía helado. Tal vez era la adrenalina de lo que habíamos pasado, o el hecho de que cada minuto que pasaba significaba que nos acercábamos más a la muerte.
Yo no podía seguir dependiendo solo de Dante.
Él era fuerte, inteligente y letal, pero no era invencible. Y tampoco podía hacerlo todo solo.
—Necesitamos aliados —dije, rompiendo el silencio.
Dante me miró desde la mesa en la que limpiaba su pistola.
—¿Aliados?
—Gente con poder. Personas que odien a mi padre tanto como nosotros.
Dante suspiró, frotándose la frente con una mano.
—V