Phoenix caminaba junto a Elysia por los corredores devastados del castillo. El polvo aún flotaba en el aire, el olor a humo y sangre impregnaba cada piedra. En sus manos, Phoenix apretaba contra el pecho el cuaderno que habían encontrado entre los escombros. Detrás de ellas, Genevieve era llevada apresuradamente por los guardias, sus gemidos de dolor cortando el silencio como cuchillas. La pierna herida la hacía retorcerse a cada paso.
Phoenix se giró rápidamente, su mirada dura y determinada.
— ¡Llévenla a que la atienda un curandero de inmediato! —ordenó, la voz resonando con autoridad innegable.
Los guardias asintieron y se apresuraron, desapareciendo por los corredores. Phoenix entonces volvió su atención a Elysia, y juntas reanudaron el camino hacia el salón principal. Al cruzar las grandes puertas rotas, Phoenix no dudó: atravesó el espacio devastado, llegó a la mesa central y, con un golpe sordo, depositó el cuaderno all