Eres terca, Phoenix.
Astrid la miró, la expresión de la Diosa desprovista de cualquier rastro de misericordia.
— Eres terca, Phoenix. —Respiró hondo, y los vientos alrededor del templo comenzaron a agitarse, la niebla volviéndose más densa—. Tal vez necesite ser más clara. Si insistes en retroceder una vez más, si osas desafiar el destino nuevamente con ese hechizo… Yo misma me encargaré de desterrar tu alma. Sí, borraré tu existencia de este mundo, y no reencarnarás. Tu ser será eliminado del propio tejido de la realidad.
Phoenix sintió el peso de la amenaza, pero su respuesta fue inmediata, firme y desafiante.
— Que así sea, Astrid. Haz lo que tengas que hacer. Pero no me pidas que pare, porque incluso si eso significa mi extinción, no dejaré de intentar traer a Ulrich de vuelta. ¡No permitiré que su cruel destino quede sellado por la inercia del tiempo!
Astrid resopló, una mezcla de incredulidad y cansancio reflejándose en su expresión celestial. Sus labios se curvaron en una media sonrisa áspe