El sonido era suave, casi como un susurro proveniente de un lugar olvidado por el tiempo. Phoenix abrió los ojos lentamente, las pestañas pesadas como piedra. Al principio, todo era un borrón, una niebla entre el sueño y la vigilia. Pero entonces, al parpadear unas veces, la imagen frente a ella ganó nitidez.
El cuaderno.
Estaba ante ella, descansando como un relicario sobre el suelo frío de piedra, y las páginas se movían solas, como guiadas por una brisa invisible. Phoenix se incorporó levemente, los brazos temblorosos sosteniendo su cuerpo cansado. Los músculos le dolían como si hubiera atravesado eras, y tal vez lo hubiera hecho. Estaba de vuelta en la sala del trono de Stormhold. El gran salón parecía inalterado: columnas imponentes de piedra gris, tapices bordados con el escudo del Norte ondeando suavemente con la corriente de aire que pasaba por las ventanas