Aidan
El aroma llegó antes que ellos. Un olor a tierra húmeda, a musgo podrido y a amenaza. Mi lobo se agitó bajo mi piel, reconociendo la esencia de intrusos en nuestro territorio. Estábamos en el porche trasero de mi casa, Noelia y yo, disfrutando de una rara tarde de calma después de días turbulentos. Ella sostenía una taza de té entre sus manos, con la mirada perdida en el bosque que se extendía más allá de mi propiedad. No tenía idea de lo que se acercaba.
Pero yo sí.
—Entra a la casa —ordené, mi voz transformándose en un gruñido bajo.
Noelia me miró confundida, sus ojos castaños brillando con preocupación. —¿Qué sucede?
—Ahora, Noelia. —No había tiempo para explicaciones. El viento cambió de dirección, trayendo consigo el inconfundible olor de al menos seis lobos. La manada de Eastwick. Habían cruzado la frontera.
Ella debió ver algo en mi rostro, porque dejó la taza sobre la mesa y se levantó. Pero era demasiado tarde. Las primeras sombras emergieron entre los árboles, figuras